domingo, 24 de enero de 2010

EL LARGO VIAJE DE BRANTA

A pesar del gran número de viajeros que me acompañan, me siento sola, desplazada. Ninguno de mis compañeros es como yo. Incluso uno de ellos ha llegado a agredirme, lo que me ha provocado una ligera cojera, que se incrementa cuando las heladas son más fuertes. Me llamo Branta y no sé lo que hago aquí. En realidad este es mi tercer viaje hacia el cálido sur y todo me resulta nuevo y desconocido. Desde que me perdí, no he vuelto a ver a ninguno de los míos. Al menos parece que el viaje ha terminado, el agua está asegurada, hay comida por doquier y mis compañeros de viaje parecen satisfechos. El invierno ya está cerca, por lo tanto hay que reponer fuerzas y coger calorías para el viaje de regreso, así que me paso casi todo el día pastando con mi bandada adoptiva compuesta por más de 1500 gansos. Supongo que acudiremos a la laguna, al menos una vez al día, para calmar la sed. Cae la tarde. De pronto la bandada levanta el vuelo, les sigo. Se produce un gran alboroto por los miles de aflautados reclamos emitidos por mis compañeros. En la laguna nos juntamos con miles de patos de muy variadas especies y procedencias, los más numerosos y también ruidosos son los azulones. Pero hay muchas más especies, las pequeñas cercetas se pierden entre la vegetación. Los cucharas son incansables, filtrando el agua con su ancho pico. También hay un grupo de nerviosos silbones que levantan el vuelo ante el menor peligro, aunque este sea inexistente. Me llama la atención un reducido grupo de elegantes y presumidos rabudos que me recuerdan a los cisnes de otras latitudes más norteñas. Pero no solamente hay patos, en la laguna también coincido con los activos limícolas, unos introduciendo sus largos picos dentro del agua, otros picoteando en los prados circundantes, agachadizas, avocetas, cigüeñuelas, avefrías, chorlitos, chorlitejos, archibebes, agujas, zarapitos… Tantas especies que pierdo la cuenta. Ya llevo un buen rato bebiendo y nadando por la laguna. Comienzo a oír un estrépito lejano. El clamor crece, se acerca. Con las últimas luces de la tarde, llegan cientos de grullas emitiendo agudos gritos de júbilo. Contentas, acuden también a saciar su sed. Es un momento social, algunos individuos parecen reconocerse, incluso da la impresión de que hablan entre ellos. Veo también grupos familiares formados por dos adultos con sus pollos. Algunos parecen también discutir y hay pequeñas escaramuzas entre dos o tres grullas pero sólo se quedan en lo gestual, sin llegar a “las manos”. Pero lo que me da más envidia, son los emparejamientos que se están produciendo aquí mismo. Veo como un macho y una hembra enfrentados, dan grandes saltos con las alas entreabiertas, lanzando pequeños trozos de vegetación con sus picos por lo alto. Sé que estos emparejamientos que se producen durante la invernada duran toda la vida. Atardece, el sol se hunde por el oeste proyectando miles de colores matizados y reflejados por los grupos de nubes dispersas por la cúpula celeste. No es la aurora boreal que tantas veces he presenciado en mi lugar de origen en las islas Svalbard, sobre el círculo polar ártico, pero esta puesta de sol no tiene nada que envidiarla. En realidad yo misma pensaba encontrar este año un macho aparente durante mis vacaciones por el cálido sur. De hecho ya me había fijado en Brotal al pasar por la isla de Selandia en el estrecho de Kattegat. Pero aquella maldita tormenta, me hizo perder a mi grupo de barnaclas cariblancas y desde entonces no he vuelto a ver a ninguna de mi especie. Bueno al menos estoy viva. Esta laguna no es demasiado grande, pero es un auténtico hervidero de vida. Quien sabe, tal vez Brotal, aquel macho de largo y robusto cuello y algo patizambo, aparezca por aquí un día de estos con otro grupo de ánsares.
Luis José MARTÍN GARCÍA-SANCHO
Texto completo y referencias: http://la-llanura.blogspot.com/2010/01/el-largo-viaje-de-branta.html